miércoles, 12 de marzo de 2014

Cuando Hollywood descubrió los horrores de la guerra.

Hacia una era de propaganda  

En unos años, el mundo del cine comenzaría a reorientarse hacia el intervencionismo. Algunos cineastas llamaron a la defensa de la España republicana, generando incomodidad en una industria con vocación exportadora. Bloqueo (1938), por ejemplo, terminaba con un monólogo desesperado del personaje protagonista pidiendo ayuda internacional.
Posteriormente, llegarían las primeras muestras de cine antinazi, con Warner Brothers como productora destacada. Algunas obras transcurrirían de nuevo en la Primera Guerra Mundial, ya sin ánimo reconciliador: The fighting 69th (1940) o El sargento York (1940) pretendía justificar una nueva confrontación con Alemania. Los responsables de esta última incluso afrontaron una comisión del Senado, que les investigó por difusión de propaganda probélica. El gran dictador(1940), de Charles Chaplin, también despertó controversias. Pero el ataque japonés a la base norteamericana de Pearl Harbor provocó que el país virase hacia el intervencionismo. 
Con el apoyo gubernamental, Hollywood vendió lucha y patriotismo para todos los públicos y en todos los géneros cinematográficos. Los relatos sobre sus costes humanos quedaron en suspenso, y la deriva antibelicista del cine de entreguerras se convirtió en un raro oasis. Las décadas posteriores vendrían marcadas por el anticomunismo, la Guerra Fría y sus ramificaciones en Corea y Vietnam. 
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El gran desfile (1925) 
Un joven de familia rica se alista irreflexivamente en el ejército, empujado por los amigos y por la euforia colectiva de un desfile. Después de un periodo de instrucción retratado de manera más bien cómica, y tras flirtear con una campesina en la retaguardia francesa, descubre la vida en el frente.    
La guerra tarda en aparecer en esta larga película muda que aún conserva algunas telarañas melodramáticas de la era victoriana. Pero cuando lo hace, envuelve en una atmósfera de miedo, amenaza y sacrificios estériles. El protagonista y sus allegados representan a un país inconsciente de las consecuencias perdurables, físicas y psicológicas, de la guerra.

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